Ya se que no salgo de la dinámica de publicar una vez al
mes, me vais a tener que perdonar, pero sigo sin que me de la vida. Así que
poco a poco. Hoy quería escribir un post del estilo de los primeros, que nada
tienen que ver con el “diario de abordo” en el que se ha ido convirtiendo este blog, desde que estoy en Berlín especialmente. Bueno, es lo que tienen estas
cosas, que van evolucionando con una misma. Así que hoy os escribo sobre cinco
diferencias interculturales que a una menda le llaman sorprendentemente la
atención. Igual en otras ciudades de Alemania no tiene nada que ver la cosa,
bueno, esto es totalmente subjetivo, está claro. Así que basándome en mi
experiencia pasada y en mis vivencias actuales, aquí van:
La primera: el concepto del “helado”. Para mi tomarme
un helado, no un polo, no, un señor helado, con su barquillo o su tarrina y su
cucharita de plástico transparente, es un hecho totalmente asociado al verano,
las vacaciones, a días de piscina, a sol y calor. Pero sobre todo a la playa,
al típico paseo que me daba con mis padres cuando aún veraneaba con ellos, allá
por el pleistoceno, y salíamos a pasear por el paseo marítimo de turno hasta la
heladería; y me zampaba un helado con todo lo que cupiese en ese cucurucho de
barquillo, que iba a reventar de tanta sustancia; y hacía tanto calor que acababa
a lametones con él, porque no me daba ni tiempo a terminármelo antes de que aquello terminara de pasar a estado líquido.
Espero haberos retrotraído a vuestra más tierna infancia.
Pues aquí no, nada que ver. Aquí el helado se transforma en un acto social que
realizan madres / padres e hijos cuando salen de la kita, cada tarde que sale un minúsculo rayo de sol y la temperatura
es buena, o sea, más de 10ºC. Como os lo cuento. Es decir, que la temporada de
helados se inauguró oficialmente hace casi un mes, cuando de repente un día el
clima nos cogió a todos desprevenidos con la ropa de apresquí y le dio por hacer bueno.
La segunda: los bolsos en la bicicleta. Bueno el hecho de
que tanta gente monte en bicicleta ya me sorprende de por sí, y me encanta; es más, quiero una de esas con un cajón gigante delante, que la gente utiliza para
llevar a su prole, mucho más molona que mi remolque en el que mis dos mayores ya
ni siquiera caben.
A ver, que me voy por los Cerros de Úbeda, a mi, lo que
realmente me sorprende es que la gente lleva el bolso en el cestito de la bici
SIN ATAR. Da igual que lo lleven en el cestito delantero o en el de atrás. Lo
llevan ahí, tan ricamente. Vamos que por lo que he oído es más común que te roben
la propia bici si no la dejas candada con una cadena del tamaño de una boa constrictor adulta, que
el hecho de que te roben el bolso de la bicicleta cuando vas en ella. Increíble.
La tercera: los zapatos en la entrada de casa. Esto es común en muchos países de Europa, bueno en muchos países del mundo seguramente, el hecho de entrar en casa y quitarte los zapatos y andar descalzo o en zapatillas de estar por casa. Está muy bien, es más higiénico; no llenas el suelo de mierda barro, nieve, etc. A mi lo que me llama la atención es tener prácticamente todo tu zapatero en la puerta de tu casa, quiero decir, por fuera, o sea, en el descansillo de la escalera. Debe ser por lo mismo que comentaba antes, das por hecho que ni tus vecinos, ni el cartero, ni ningún mensajero te va a mangar los zapatos. Al principio esto me sorprendió muchísimo, luego decidí adaptarme, ya se sabe que donde fueres, haz lo que vieres, así que compré una mini estantería de IKEA dedicada a recoger estos zapatos que dejas fuera, y he me he acostumbrado tanto a esto, que creo que cuando vuelva a España seguiré haciéndolo. Eso sí, con el mueblecito dentro de mi casa.
El caso es que yo suelo tener las zapatillas de todos los días y las botas de agua, como mucho dos pares por habitante de la casa. Pero el vecino del quinto no se ha andando con chiquitas y ha puesto tres torres de zapateros de IKEA de los de plástico. Sales del ascensor y no sabes si estás en el descansillo o en un vestidor. Y el hombre vive sólo! Y mis vecinos de enfrente, tienen como 20 pares, en serio, no exagero; tienen tantos que a veces tengo que pisoteárselos para poder salir del ascensor con el carro de Vera porque ocupan más de medio pasillo. Espero que mis vecinos no lean este blog.
La cuarta: hacer planes con amigos con un mes de antelación. Eso es algo a lo que dudo que pueda acostumbrarme nunca. Creo que los españoles somos mucho más espontáneos. Aquí para organizar una comida de amigos tienes que mandarles un "save the date", y luego ya si eso, organizarlo para dentro de un mes. Eso de encontrarte o hablar con alguien y decir:
- Hey! qué pasa! qué tal? qué haces este sábado?
- Uy pues tengo planes, pero el domingo estoy libre.
- Venga pues hecho, nos vemos a las dos en tal sitio.
Eso aquí es impensable. La organización y la antelación a veces rondan el extremismo. Sólo os digo que hay gente que matricula a sus hijos en la guardería cuando aún están embarazadas de uno o dos meses.
El quinto y último: la cena. Aquí la cena no es como en
España. En España se cena igual que se come. Bueno igual no, no te cenas un
cocido, o unas lentejas; pero la cena sigue siendo una comida más que una
merienda. Aquí la cena es una “cena fría” y yo añadiría que escasa. Y se basa
en una rebanada o dos de un pan de molde, tan denso que es como ormigón armado,
y unas lonchas de queso, jamón york o pavo. Y ya. Imaginaros mi cara cuando
tuve a Vera y en el hospital me trajeron eso para cenar. Bueno eso, y un
pepinillo que era tan grande como la palma de mi mano.
Yo me pregunto aún como esta gente no se levanta a las dos
de la mañana y asalta la nevera con nocturnidad y alevosía, si eso es lo que
cenan a las siete de la tarde. Yo ya me he acostumbrado al horario de cena
alemán, pero sigo cenando “a la española”, sobre todo en invierno, con ese
frío, esa nieve, esa lluvia, ¿a quien le apetece embutido frío pudiendo tomarte
una buena sopa calentita con su segundo plato y su postre?. Vamos que si yo me
voy a la cama sobre las diez, habiendo cenado eso a las siete, a mitad de la
noche me veo mordiéndole el brazo a Macho Alfa.
Y hasta aquí las diferencias interculturales que he ido
observando hasta ahora. Habrá segunda parte de este post. Eso garantizado.
Espero que os haya gustado, y sobre todo, que nadie se me de por ofendido si también cena “a la alemana”, planifica sus cosas con meses de antelación, o si también tiene invadido el descansillo de su casa con zapatos como para calzar a todos los vecinos del edificio.
¡Feliz viernes!